martes, 19 de mayo de 2009

"La Ideología representa la Relación Imaginaria de los individuos con sus Condiciones Reales de Existencia".

En una escuela primaria básica privada de la comunidad en la que vivo, la docente de segundo grado, con el fin de estimular la “buena conducta y la integración” de sus alumnos, premia, a criterio estrictamente personal, a aquellos niños o niñas que se “portaron bien”, dándoles la posibilidad de elegir el día viernes, a otro niño o niña con quien desee sentarse. Estas actitudes generan diferentes sentimientos en el grupo, ya que se generan situaciones de discriminación, sentimientos encontrados, angustias y malestares en determinados niños.
Me interesa abordar principalmente la problemática de Ana, con qiuen me une un afecto especial. J
uega espontáneamente con todos los niños ya que su ´vida es jugar. Invita amiguitos a su casa y todo el tiempo aporta golosinas y “sanguchitos de miga” para compartir. Es juguetona y divertida pero, no responde al modelo cultural institucional, no es “divina”, le gusta jugar tanto con niños como niñas y de mayor o menores recursos, no percibe que queda bien o mal para esa conceptualización de "divina" y se sienta tanto con uno, como otro niño sin dificultad.
Para su maestra, Ana tiene dificultades, por que es diferente al modelo de otras niñas, por eso nunca le toca elegir, pero lo que es mas doloroso aún, tampoco nunca es elegida.
Tomo conocimiento de esta situación cuando la mamá de Ana, muy angustiada me cometa, que la maestra, el viernes pasado, le comunica orgullosa que ese día había favorecido a Ana, para que ella elija con quien sentarse. Lejos de alegrarse, mamá y papá se angustian aun más, ya que algunos niños que Ana había elegido, se habían negado a sentarse con ella.

Me pregunto:
¿Pueden elegirse las personas? ¿Cuál es el sentimiento grupal que esta práctica genera? ¿En qué estado de poder queda el niño elegido? ¿Cómo circula el poder en el grupo? ¿Cómo analizar el discurso que subyase bajo cada intervención pedagógica para analizarlo y concientizarlo?
¿Cuál será la hipótesis de la docente frente a tal estrategia? ¿Cómo podría abordarse el problema sin herir las susceptibilidades de la docente, ni de la escuela?

" la ideología representa la relación imaginaria de los individuos con sus condiciones reales de existencia".


En principio podríamos analizar esta experiencia, desde la visión de Althuser, lo que él considera respecto de una idea llevada a la práctica, asumida y decidida libremente por el docente, "...Comprobamos en todo este esquema que la representación ideológica de la ideología, está obligada a reconocer que todo “sujeto” dotado de una “conciencia” y que cree en las “ideas” de su “conciencia”, le inspira y acepta libremente, debe “actuar según sus ideas”, debe por lo tanto traducir en los actos de su práctica material sus propias ideas de sujeto libre. Si no lo hace, eso “no está bien”.

Pensado así podríamos decir que la docente es consciente al decidir su estrategia y que la utiliza por que cree en ella y en los valores que la misma desarrollara en sus alumnos. Dice Althuser: "En realidad, si no hace lo que debería hacer en función de lo que cree, hace entonces otra cosa, lo cual (siempre en función del mismo esquema idealista) da a entender que tiene otras ideas que las que proclama y que actúa según esas otras ideas, como hombre “inconsecuente” (nadie es malvado voluntariamente, cínico, o perverso). En todos los casos, la ideología de la ideología reconoce, a pesar de su deformación imaginaria, que las “ideas” de un sujeto humano existen o deben existir en sus actos, y si eso no sucede, le proporciona otras ideas correspondientes a los actos (aun perversos) que el sujeto realiza.

Cotidianamente somos testigos de actitudes positivistas e inconscientes que nos movilizan profundamente en nuestra resonancia emocional, pero nos paralizan en la acción o la intervención, dado el grado seguridad empírica con la que son aplicadas y la falta de reflexión sobre las prácticas a nivel institucional.

Esa ideología habla de actos: actos que serán visibles en las prácticas. Tales prácticas están reguladas por rituales en los cuales se inscriben, en el seno de la existencia material de un aparato ideológico, aunque sólo sea de una pequeña parte de ese aparato: una modesta misa en una pequeña iglesia, un entierro, una jornada de boxeo de pequeñas proporciones en una sociedad deportiva, una jornada de clase en una escuela, una reunión o un mitin de un partido político, etcétera..."

Al reflexionar con un grupo de alumnas del cuarto año de Educación Especial, respecto de ésta y de otras experiencias vivenciadas a lo largo de nuestra biografía escolar, tanto desde el rol de docente o alumno, pensamos en los dispositivos del poder en la escuela, desde Michel Foucault, observamos como en las instituciones educativas se busca permanentemente disciplinar, para que los cuerpos no solo hagan lo que se desea sino para que funcionen y actúen, empleando técnicas bien determinadas.

En este contexto, el niño es solo un producto, acotado en las acciones que realice e inhibiendo su esencia de "ser libre". Lejos de buscar la socialización entre los niños, la docente con su idea, solo promueve sentimientos competitivos que conllevan a "autoregularse" y regular así a los pares, controlarse y controlar a al cuerpo, cayendo en el circuito del "cuerpo dócil", el cuerpo manipulable, pensado justamente para producir.

La escuela de esta forma transmite y consolida el individualismo, la competitividad y la insolidaridad, la igualdad formal de oportunidades y la desigualdad natural de los resultados, en función de las capacidades individuales.

Vistas estas prácticas desde la óptica de la Psicomotricidad Operativa y aunque entendiéramos la actitud de la docente como un acto "bien intencionado" de integración, podríamos decir que, no basta movilizar la musculatura voluntaria para realizar un acto reflexionado y que un acto integral, no solo moviliza el sistema cortical, también integra el sistema hipotalámico de la modulación del tono emocional. Esta acción solo puede producirse cuando se incluye la dimensión afectiva, real, profunda y espontánea.

Dicen Lapierre y Aucouturier en Simbología de Movimiento:" Al haber excluído esa vivencia afectiva primitiva y "natural", por la desecación racional de las situaciones, la pedagogía tradicional lo sustituye por una afectividad artificial: como es el deseo de sobresalir, es decir de valorizarse ante los ojos del adulto; temor al fracaso, es decir la desvalorización. Son tensiones emocionales, sin duda, pero con un origen intelectual, desfasadas respecto del acto y sin ninguna relación con él. Por tanto y en especial, condicionamiento total al deseo del adulto.
...Mire Profe....

A caso ¿cuándo el Profesor de Educación Física, realiza su práctica tradicional, no repite este modelo, despojado de lo emocional? Escuchamos en la clase, permanentemente la demanda de los niños para ser vistos, juzgados o evaluados por él.
El docente debería promover la adquisición dinámica los conocimientos a través de una vivencia que conserve en sí y por sí su dimensión afectiva.
Estas palabras tan sentidas e internalizadas por mi, realmente movilizan mi dimensión afectiva profunda, comparo mis clases de Educación Física escolar, esperando contra la pared que me elijan para jugar, con los emocionantes partidos de Basquet en el Club Midland, junto a mi queridísimo entrenador Lito, mis hermanas y amigas, el olor de los clubes de barrio y la tensión del silbatazo del referí para iniciar el juego, "inolvidable".

lunes, 18 de mayo de 2009

Los Peces, Las Aves Y Los Mamíferos, Compartiendo El Aula De "Clase".

Frente a la lógica de la homogeneidad se impone un nuevo paradigma, "la heterogeneidad". Por esta razón es que la igualdad en el ámbito escolar, sólo podría entenderse desde la “igualdad de oportunidades” que deben ofrecerse a todos, tanto en el acceso a la escolaridad, como en el tránsito por ella.

Si hay algo que realmente me emociona, es conversar con mis compañeras de trabajo, respecto del riquísimo bagaje de experiencias y vivencias que las atraviesan, tras las muchísimas horas que permanecen en las instituciones educativas.
Una mañana mientras compartíamos un recreito en el patio, Silvana, llena de asombro y sin poder comprender aún lo sucedido, me cuenta que durante el proyecto de integración de nuestro jardín con la EPB, había, compartido una actividad, visitando a un primer grado, con sus niños de sala verde. Tan gráfica fue su dramatización, que logró conmoverme, al punto de solicitarle me permita escribirlo para utilizarlo cono objeto de análisis y reflexión. Espero poder transmitirlo tal cual ella me lo contó.
Al llegar a la escuela primaria, cuenta Silvana, la maestra de primero, la invita a pasar con sus niños, displicentemente ya que a su criterio, considera que el aula no tenía suficiente espacio para todos, le indica que los niños de jardín, pueden optar por distribuirse entre los tres grupos bien diferenciados que tiene en su “clase”.

En determinado momento le presenta a Silvana y a los “iniciales visitantes”, el grupo de niños que conforman su aula, utilizando el nombre por el cual ella los tiene diferenciados; y aquí viene la sorpresa y el estupor de Silvana frente a la definición: “Acá hay tres grupos, bien distintos… estos son los peces… por que nada (realizando con las manos una seña de referee de fútbol, indicando que están fuera de juego) Estos otros son las aves…por que vuelan todo el día…(elevando la mirada al cielo) y estos son los mamíferos, por que son los únicos que van mamando algo de lo que yo les doy…”

Reflexiones:

¿Cómo se siente un niño frente a estos agrupamientos? ¿Qué concepto conforma respecto de las diferentes especies? ¿Cómo aporta esta categorización a la construcción subjetiva?
¿Qué proyecto subyace en la práctica de este docente para cada uno de sus alumnos? ¿Qué espacio propicia para la individualidad y la autonomía?

Cada persona es un ser único e irrepetible y su singularidad debe ser considerada como un valor en sí mismo. Nuestras instituciones y los docentes que la conforman, deberían lograr la inclusión, superando las barreras discriminatorias, adoptando la consigna de seguir trabajando por crecer en calidad educativa. En nuestra función social, debemos alcanzar un nivel de integración de niños y jóvenes en un ámbito que le sea propicio, favoreciendo a través de la formulación de proyectos, en los que, ante un fracaso, surja la esperanza y las frustraciones sean reemplazadas por experiencias gratificantes y placenteras.

No hay grupos homogéneos de aprendizaje, los niños son “diferentes” tanto en sus capacidades, como en sus motivaciones, intereses y necesidades. Esto demanda un complejo reto que requiere flexibilidad, diversidad y pluralidad organizativa y metodológica. Debemos proporcionar propuestas educativas acordes a la diversidad de los alumnos, a efectos de que todos ellos alcancen los objetivos considerados necesarios para poder comprender el mundo, juzgarlo y transformarlo.

Respetar las diferencias y lograr un enriquecimiento mutuo con las mismas debe constituir uno de los ejes de la educación. Brindar calidad educativa no es dar a todos lo mismo, de la misma manera y en el mismo tiempo, sino dar a cada uno lo que necesite, de la forma mas acorde con sus características y respetando sus tiempos. Esta perspectiva, nos lleva necesariamente a considerar la práctica educativa como práctica investigativa e implica recuperar la reflexión, la ética y los valores en las prácticas de enseñanza, tanto en relación con la institución como con los sujetos que en ella participan.

Todo esto supone estar atentos a la diversidad, a la construcción de vínculos que viabilicen la inserción del sujeto a la escuela, al aula, con el grupo de pares y docentes. Lo expresado implica:el reconocimiento de historias de vida personal y del contexto social.
La aceptación de diferentes motivaciones y actitudes frente lo educativo.
La aceptación de los diferentes supuestos de partida en la contracción de los aprendizajes en función de los saberes previos.
La real toma de conciencia y respeto de los diversos ritmos de aprendizajes, relaciones vinculares interpersonales y con el objeto de conocimiento; reconocimiento del “otro” con su singularidad.

les sugiero reflexionar juntos, y los invito a que me comenten sentimientos, sensaciones y emociones que estos relatos les produzcan al leerlos. Tal vez entre todos podamos pensar y construir una escuela más humana.
Vivi
Ilustraciones: Francesco Tonicci.

domingo, 17 de mayo de 2009

El Curriculum de la Escuela del Bosque

 La Gestión del Currículum: Trabajo de reflexión.
*Siempre relato el cuento de la escuela de los animales, una historia fabulosa que los educadores utilizan desde hace años. Todos nos reímos, pero nunca hacemos nada para cambiar las cosas. Un conejo, un pájaro, un pez, una ardilla, un pato, etc. Se reunieron para fundar un colegio, se sentaron a redactar el programa estudios.

El conejo quiso que en el programa se incluyera la carrera. El pájaro quiso que se incluyera la técnica de volar. El pez la natación. La ardilla insistió en que debía agregarse el modo de trepar a los árboles en forma perpendicular. Los demás animales también quisieron incluir su especialidad en el programa, de modo que anotaron todo y cometieron el glorioso error de exigir que todos los animales, cursaran la totalidad de las materias.

El conejo, era excelente en carrera; nadie corría como él, pero al exigirle que aprendiera a volar, como” conveniente disciplina intelectual y emocional”, lo subieron entonces a un árbol y le ordenaron: ¡vuela conejo! Y el pobrecito se largó, de quebró una pata y se fracturó el cráneo. Quedó con una lesión cerebral y ya no pudo volver a correr bien, de manera que en lugar de obtener la máxima calificación en carrera, obtuvo la inferior y sacó la mínima en vuelo, puesto que estaba aprendiendo. Y el consejo de estudios estaba feliz.
Lo mismo le sucedió al pájaro, era capaz de volar por todas partes, dar volteretas y sacaba las notas más altas en vuelo, hasta que le pidieron que cavara hoyos en la tierra como un topo. Por supuesto se quebró las alas y el pico y no pudo volar más, pero sus maestros se contentaron con bajarle las calificaciones en vuelo y así sucesivamente. ¿Y saben quién fue el alumno que dio el discurso de despedida en la graduación? Una anguila retardada mental, por que podía hacer casi todo relativamente bien. Desde entonces el búho abandonó los estudios y ahora vota en contra de todos los impuestos que quieran implantarse para promover la educación……

El pájaro dice: “No quiero aprender a trepar a árboles en forma perpendicular, soy capaz de volar hasta la copa de los árboles sin necesidad de hacer eso”. Y le responden: “No importa, se tarta de una ¡buena disciplina intelectual”.

Buscando identificar ámbitos educativos no-escolares y fortalecer el concepto, reflexiona sobre estas preguntas.
1. Si asumieras la dirección de esta escuela ¿qué cambios harías?
2. A tu criterio ¿qué decisiones deberían tomar los equipos docentes?
3. Piensa en lugares donde hallas aprendido y te hallas educado fuera del escolar, en “otros espacios sociales”. Realiza una lista y jerarquizarla, en orden de importancia y determina que saberes haz obtenido de ellos.
4. Define lo educativo en ámbitos no-escolares. Reescribe la fábula.

5. Seleccionar un tema musical de un grupo de su preferencia, donde se haga referencia a los aprendizajes adquiridos por ellos.

*Extraído del Libro “Vivir, amar y aprender” Leo Buscaglia- Buenos Aires- Emece.

Paulo Freire: "La importancia del acto de leer"

Freire, Paulo: La importancia de leer y el proceso de liberación.


Rara ha sido la vez, a lo largo de tantos años de práctica pedagógica, y por lo tanto política, en que me he permitido la tarea de abrir, de inaugurar o de clausurar encuentros o congresos. Acepté hacerlo ahora, pero de la manera menos formal posible. Acepté venir aquí para hablar un poco de la importancia del acto de leer.


Me parece indispensable, al tratar de hablar de esa importancia, decir algo del momento mismo en que me preparaba para estar aquí hoy; decir algo del proceso en que me inserté mientras iba escribiendo este texto que ahora leo, proceso que implicaba una comprensión crítica del acto de leer, que no se agota en la descodificación pura de la palabra escrita o del lenguaje escrito, sino que se anticipa y se prolonga en la inteligencia del mundo. La lectura del mundo precede a la lectura de la palabra, de ahí que la posterior lectura de ésta no pueda prescindir de la continuidad de la lectura de aquél. Lenguaje y realidad se vinculan dinámicamente. La comprensión del texto a ser alcanzada por su lectura crítica implica la percepción de relaciones entre el texto y el contexto. Al intentar escribir sobre la importancia del acto de leer, me sentí llevado (y hasta con gusto) a “releer” momentos de mi práctica, guardados en la memoria, desde las experiencias más remotas de mi infancia, de mi adolescencia, de mi juventud, en que la importancia del acto de leer se vino constituyendo en mí. Al ir escribiendo este texto, iba yo “tomando distancia” de los diferentes momentos en que el acto de leer se fue dando en mi experiencia existencial.
Primero, la “lectura” del mundo, del pequeño mundo en que me movía; después la lectura de la palabra que no siempre, a lo largo de mi escolarización, fue la lectura de la “palabra-mundo”.La vuelta a la infancia distante, buscando la comprensión de mi acto de “leer” el mundo particular en que me movía (y hasta donde no me está traicionando la memoria) me es absolutamente significativa. En este esfuerzo al que me voy entregando, re-creo y re-vivo, en el texto que escribo, la experiencia en el momento en que aún no leía la palabra. Me veo entonces en la casa mediana en que nací en Recife, rodeada de árboles, algunos de ellos como si fueran gente, tal era la intimidad entre nosotros; a su sombra jugaba y en sus ramas más dóciles a mi altura me experimentaba en riesgos menores que me preparaban para riesgos y aventuras mayores. La vieja casa, sus cuartos, su corredor, su sótano, su terraza (el lugar de las flores de mi madre), la amplia quinta donde se hallaba, todo eso fue mi primer mundo. En él gateé, balbuceé, me erguí, caminé, hablé. En verdad, aquel mundo especial se me daba como el mundo de mi actividad perceptiva, y por eso mismo como el mundo de mis primeras lecturas. Los “textos”, las “palabras”, las “letras” de aquel contexto –en cuya percepción me probaba, y cuanto más lo hacía, más aumentaba la capacidad de percibir, encarnaban una serie de cosas, de objetos, de señales, cuya comprensión yo iba aprendiendo en mi trato con ellos, en mis relaciones mis hermanos mayores y con mis padres.Los “textos”, las “palabras”, las “letras” de aquel contexto se encarnaban en el canto de los pájaros: el del sanbaçu, el del olka-Pro-caminho-quemvem, del bem-te-vi, el del sabía; en la danza de las copas de los árboles sopladas por fuertes vientos que anunciaban tempestades, truenos, relámpagos; las aguas de la lluvia jugando a la geografía, inventando lagos, islas, ríos, arroyos. Los “textos”, las “palabras”, las “letras” de aquel contexto se encarnaban también en el silbo del viento, en las nubes del cielo, en sus colores, en sus movimientos; en el color del follaje, en la forma de las hojas, en el aroma de las hojas (de las rosas, de los jazmines), en la densidad de los árboles, en la cáscara de las frutas. En la tonalidad diferente de colores de una misma fruta en distintos momentos: el verde del mago-espada hinchado, el amarillo verduzco del mismo mango madurando, las pintas negras del mago ya más que maduro. La relación entre esos colores, el desarrollo del fruto, su resistencia a nuestra manipulación y su sabor. Fue en esa época, posiblemente, que yo, haciendo y viendo hacer, aprendí la significación del acto de palpar.
De aquel contexto formaban parte además los animales: los gatos de la familia, su manera mañosa de enroscarse en nuestras piernas, su maullido de súplica o de rabia; Joli, el viejo perro negro de mi padre, su mal humor cada vez que uno de los gatos incautamente se aproximaba demasiado al lugar donde estaba comiendo y que era suyo; “estado de espíritu”, el de Joli en tales momentos, completamente diferente del de cuando casi deportivamente perseguía, acorralaba y mataba a uno de los zorros responsables de la desaparición de las gordas gallinas de mi abuela.De aquel contexto (el del mi mundo inmediato) formaba parte, por otro lado, el universo del lenguaje de los mayores, expresando sus creencias, sus gustos, sus recelos, sus valores. Todo eso ligado a contextos más amplios que el del mi mundo inmediato y cuya existencia yo no podía ni siquiera sospechar.En el esfuerzo por retomar la infancia distante, a que ya he hecho referencia, buscando la comprensión de mi acto de leer el mundo particular en que me movía, permítanme repetirlo, re-creo, re-vivo, la experiencia vivida en el momento en que todavía no leía la palabra. Y algo que me parece importante, en el contexto general de que vengo hablando, emerge ahora insinuando su presencia en el cuerpo general de estas reflexiones. Me refiero a mi miedo de las almas en pena cuya presencia entre nosotros era permanente objeto de las conversaciones de los mayores, en el tiempo de mi infancia. Las almas en pena necesitaban de la oscuridad o la semioscuridad para aparecer, con las formas más diversas: gimiendo el dolor de sus culpas, lanzando carcajadas burlonas, pidiendo oraciones o indicando el escondite de ollas. Con todo, posiblemente hasta mis siete años en el barrio de Recife en que nací iluminado por faroles que se perfilaban con cierta dignidad por las calles. Faroles elegantes que, al caer la noche, se “daban” a la vara mágica de quienes los encendían. Yo acostumbraba acompañar, desde el portón de mi casa, de lejos, la figura flaca del “farolero” de mi calle, que venía viniendo, andar cadencioso, vara iluminadora al hombro, de farol en farol, dando luz a la calle. Una luz precaria, más precaria que la que teníamos dentro de la casa. Una luz mucho más tomada por las sombras que iluminadora de ellas.
No había mejor clima para travesuras de las almas que aquél. Me acuerdo de las noches en que, envuelto en mi propio miedo, esperaba que el tiempo pasara, que la noche se fuera, que la madrugada semiclareada fuera llegando, trayendo con ella el canto de los pajarillos “amanecedores”.Mis temores nocturnos terminaron por aguzarme, en las mañanas abiertas, la percepción de un sinnúmero de ruidos que se perdía en la claridad y en la algaraza de los días y resultaban misteriosamente subrayados en el silencio profundo de las noches.Pero en la medida en que fui penetrando en la intimidad de mi mundo, en que lo percibía mejor y lo “entendía” en la lectura que de él iba haciendo, mis temores iban disminuyendo. Pero, es importante decirlo, la “lectura” de mi mundo, que siempre fundamental para mí, no hizo de mí sino un niño anticipado en hombre, un racionalista de pantalón corto. La curiosidad del niño no se iba a distorsionar por el simple hecho de ser ejercida, en lo cual fui más ayudado que estorbado por mis padres. Y fue con ellos, precisamente, en cierto momento de esa rica experiencia de comprensión de mi mundo inmediato, sin que esa comprensión significara animadversión por lo que tenía encantadoramente misterioso, que comencé a ser introducido en la lectura de la palabra.
El desciframiento de la palabra fluía naturalmente de la “lectura” del mundo particular. No era algo que se estuviera dando supuesto a él. Fui alfabetizado en el suelo de la quinta de mi casa, a la sombra de los mangos, con palabras de mi mundo y no del mundo mayor de mis padres. El suelo mi pizarrón y las ramitas fueron mi gis.Es por eso por lo que, al llegar a la escuelita particular de Eunice Vasconcelos, cuya desaparición reciente me hirió y me dolió, y a quien rindo ahora un homenaje sentido, ya estaba alfabetizado. Eunice continuó y profundizó el trabajo de mis padres. Con ella, la lectura de la palabra, de la frase, de la oración, jamás significó una ruptura con la “lectura” del mundo. Con ella, la lectura de la palabra fue la lectura de la “palabra-mundo”.Hace poco tiempo, con profundo emoción, visité la casa donde nací. Pisé el mismo suelo en que me erguí, anduve, corrí, hablé y aprendí a leer. El mismo mundo, el primer mundo que se dio a mi comprensión por la “lectura” que de él fui haciendo. Allí reencontré algunos de los árboles de mi infancia. Los reconocí sin dificultad. Casi abracé los gruesos troncos –aquellos jóvenes troncos de mi infancia. Entonces, una nostalgia que suelo llamar mansa o bien educada, saliendo del suelo, de los árboles, de la casa, me envolvió cuidadosamente. Dejé la casa contento, con la alegría de quien reencuentra personas queridas.Continuando en ese esfuerzo de “releer” momentos fundamentales de experiencias de ni infancia, de mi adolescencia, de mi juventud, en que la comprensión crítica de la importancia del acto de leer se fue constituyendo en mí a través de su práctica, retomo el tiempo en que, como alumno del llamado curso secundario, me ejercité en la percepción crítica de los textos que leía en clase, con la colaboración, que hasta hoy recuerdo, de mi entonces profesor de lengua portuguesa.No eran, sin embargo, aquellos momentos puros ejercicios de los que resultase un simple darnos cuenta de la existencia de una página escrita delante de nosotros que debía ser cadenciada, mecánica y fastidiosamente “deletreada” en lugar de realmente leída. No eran aquellos momentos “lecciones de lectura” en el sentido tradicional esa expresión. Eran momentos en que los textos se ofrecían a nuestra búsqueda inquieta, incluyendo la del entonces joven profesor José Pessoa. Algún tiempo después, como profesor también de portugués, en mis veinte años, viví intensamente la importancia del acto de leer y de escribir, en el fondo imposibles de dicotomizar, con alumnos de los primeros años del entonces llamado curso secundario. La conjugación, la sintaxis de concordancia, el problema de la contradicción, la enciclisis pronominal, yo no reducía nada de eso a tabletas de conocimientos que los estudiantes debían engullir. Todo eso, por el contrario, se proponía a la curiosidad de los alumnos de manera dinámica y viva, en el cuerpo mismo de textos, ya de autores que estudiábamos, ya de ellos mismos, como objetos a desvelar y no como algo parado cuyo perfil yo describiese. Los alumnos no tenían que memorizar mecánicamente la descripción del objeto, sino aprender su significación profunda. Sólo aprendiéndola serían capaces de saber, por eso, de memorizarla, de fijarla. La memorización mecánica de la descripción del objeto no se constituye en conocimiento del objeto. Por eso es que la lectura de un texto, tomado como pura descripción de un objeto y hecha en el sentido de memorizarla, ni es real lectura ni resulta de ella, por lo tanto, el conocimiento de que habla el texto.
Creo que mucho de nuestra insistencia, en cuanto profesores y profesoras, en que los estudiantes “lean”, en un semestre, un sinnúmero de capítulos de libros, reside en la comprensión errónea que a veces tenemos del acto de leer. En mis andanzas por el mundo, no fueron pocas las veces en que los jóvenes estudiantes me hablaron de su lucha con extensas bibliografías que eran mucho más para ser “devoradas” que para ser leídas o estudiadas. Verdaderas “lecciones de lectura” en el sentido más tradicional de esta expresión, a que se hallaban sometidos en nombre de su formación científica y de las que debían rendir cuenta a través del famoso control de lectura. En algunas ocasiones llegué incluso a ver, en relaciones bibliográficas, indicaciones sobre las páginas de este o aquel capítulo de tal o cual libro que debían leer: “De la página 15 a la 37”. La insistencia en la cantidad de lecturas sin el adentramiento debido en los textos a ser comprendidos, y no mecánicamente memorizados, revela una visión mágica de la palabra escrita. Visión que es urgente superar. La misma, aunque encarnada desde otro ángulo, que se encuentra, por ejemplo, en quien escribe, cuando identifica la posible calidad o falta de calidad de su trabajo con la cantidad páginas escritas. Sin embargo, uno de los documentos filosóficos más importantes que disponemos, las Tesis sobre Feuerbach de Marx, ocupan apenas dos páginas y media...
Parece importante, sin embargo, para evitar una comprensión errónea de lo que estoy afirmando, subrayar que mi crítica al hacer mágica la palabra no significa, de manera alguna, una posición poco responsable de mi parte con relación a la necesidad que tenemos educadores y educandos de leer, siempre y seriamente, de leer los clásicos en tal o cual campo del saber, de adentrarnos en los textos, de crear una disciplina intelectual, sin la cual es posible nuestra práctica en cuanto profesores o estudiantes.Todavía dentro del momento bastante rico de mi experiencia como profesor de lengua portuguesa, recuerdo, tan vivamente como si fuese de ahora y no de un ayer ya remoto, las veces en que me demoraba en el análisis de un texto de Gilberto Freyre, de Lins do Rego, de Graciliano Ramos, de Jorge Amado. Textos que yo llevaba de mi casa y que iba leyendo con los estudiantes, subrayando aspectos de su sintaxis estrechamiento ligados, con el buen gusto de su lenguaje. A aquellos análisis añadía comentarios sobre las necesarias diferencias entre el portugués de Portugal y el portugués de Brasil.Vengo tratando de dejar claro, en este trabajo en torno a la importancia del acto de leer (y no es demasiado repetirlo ahora), que mi esfuerzo fundamental viene siendo el de explicar cómo, en mí, se ha venido destacando esa importancia. Es como si estuviera haciendo la “arqueología” de mi comprensión del complejo acto de leer, a lo largo de mi experiencia existencial. De ahí que haya hablado de momentos de mi infancia, de mi adolescencia, de los comienzos de mi juventud, y termine ahora reviendo, en rasgos generales, algunos de los aspectos centrales de la proposición que hice hace algunos años en el campo de la alfabetización de adultos.Inicialmente me parece interesante reafirmar que siempre vi la alfabetización de adultos como un acto político y como un acto de conocimiento, y por eso mismo un acto creador. Para mí sería imposible de comprometerme en un trabajo de memorización mecánica de ba-be-bi-bo-bu, de la-le-li-lo-lu. De ahí que tampoco pudiera reducir la alfabetización a la pura enseñanza de la palabra, de las sílabas o de las letras. Enseñanza en cuyo proceso el alfabetizador iría “llenando” con sus palabras las cabezas supuestamente “vacías” de los alfabetizandos. Por el contrario, en cuanto acto de conocimiento y acto creador, el proceso de la alfabetización tiene, en el alfabetizando, su sujeto. El hecho de que éste necesite de la ayuda del educador, como ocurre en cualquier acción pedagógica, no significa que la ayuda del educador deba anular su creatividad y su responsabilidad en la creación de su lenguaje escrito y en la lectura de su lenguaje. En realidad, tanto el alfabetizador como el alfabetizando, al tomar, por ejemplo, un objeto, como lo hago ahora con el que tengo entre los dedos, sienten el objeto, perciben el objeto sentido y son capaces de expresar verbalmente el objeto sentido y percibido. Como yo, el analfabeto es capaz de sentir la pluma, de percibir la pluma, de decir la pluma. Yo, sin embargo, soy capaz de no sólo sentir la pluma, sino además de escribir pluma y, en consecuencia, leer pluma. La alfabetización es la creación o el montaje de la expresión escrita de la expresión oral. Ese montaje no lo puede hacer el educador para los educandos, o sobre ellos. Ahí tiene él un momento de su tarea creadora.Me parece innecesario extenderme más, aquí y ahora, sobre lo que he desarrollado, en diferentes momentos, a propósito de la complejidad de este proceso. A un punto, sin embargo, aludido varias veces en este texto, me gustaría volver, por la significación que tiene para la comprensión crítica del acto de leer y, por consiguiente, para la propuesta de alfabetización a que me he consagrado. Me refiero a que la lectura del mundo precede siempre a la lectura de la palabra y la lectura de ésta implica la continuidad de la lectura de aquél. En la propuesta a que hacía referencia hace poco, este movimiento del mundo a la palabra y de la palabra al mundo está siempre presente. Movimiento en que la palabra dicha fluye del mundo mismo a través de la lectura que de él hacemos. De alguna manera, sin embargo, podemos ir más lejos y decir que la lectura de la palabra no es sólo precedida por la lectura del mundo sino por cierta forma de “escribirlo” o de “rescribirlo”, es decir de transformarlo a través de nuestra práctica consciente.Este movimiento dinámico es uno de los aspectos centrales, para mí, del proceso de alfabetización. De ahí que siempre haya insistido en que las palabras con que organizar el programa de alfabetización debían provenir del universo vocabular de los grupos populares, expresando su verdadero lenguaje, sus anhelos, sus inquietudes, sus reivindicaciones, sus sueños. Debían venir cargadas de la significación de su experiencia existencial y no de la experiencia del educador. La investigación de lo que llamaba el universo vocabular nos daba así las palabras del Pueblo, grávidas de mundo. Nos llegaban a través de la lectura del mundo que hacían los grupos populares. Después volvían a ellos, insertas en lo que llamaba y llamo codificaciones, que son representaciones de la realidad.
La palabra ladrillo, por ejemplo, se insertaría en una representación pictórica, la de un grupo de albañiles, por ejemplo, construyendo una casa. Pero, antes de la devolución, en forma escrita, de la palabra oral de los grupos populares, a ellos, para el proceso de su aprehensión y no de su memorización mecánica, solíamos desafiar a los alfabetizandos con un conjunto de situaciones codificadas de cuya descodificación o “lectura” resultaba la percepción crítica de lo que es la cultura, por la comprensión de la práctica o del trabajo humano, transformador del mundo, En el fondo, ese conjunto de representaciones de situaciones concretas posibilitaba a los grupos populares una “lectura” de la “lectura” anterior del mundo, antes de la lectura de la palabra.Esta “lectura” más crítica de la “lectura” anterior menos crítica del mundo permitía a los grupos populares, a veces en posición fatalista frente a las injusticias, una comprensión diferente de su indigencia.Es en este sentido que la lectura crítica de la realidad, dándose en un proceso de alfabetización o no, y asociada sobre todo a ciertas prácticas claramente políticas de movilización y de organización, puede constituirse en un instrumento para lo que Gramsci llamaría acción contrahegemónica.

Concluyendo estas reflexiones en torno a la importancia del acto de leer, que implica siempre percepción crítica, interpretación y “reescritura” de lo leído, quisiera decir que, después de vacilar un poco, resolví adoptar el procedimiento que he utilizado en el tratamiento del tema, en consonancia con mi forma de ser y con lo que puedo hacer.Finalmente, quiero felicitar a quienes idearon y organizaron este congreso. Nunca, posiblemente, hemos necesitado tanto de encuentros como éste, como ahora.